El juego libre y espontáneo es salud.
Muchos de nosotros hemos pasado el verano con nuestros niños: hijos, sobrinos o quizá incluso nietos, y hemos podido constatar la energía inagotable y la alegría constante que demuestran cuando los sacamos de la rutina y de sus responsabilidades de la escuela y sencillamente dejamos que jueguen.
Risas, gritos, experimentos, observación del medio, travesuras, saltos, corridas o pensar en las musarañas… todo esto nos muestra nuevamente que la curiosidad de los niños y las ganas de ser autónomos y “mayores” se manifiestan siempre que el entorno les permite escapar del control de los adultos y, en lugar de hacer actividades programadas o sugeridas por los mayores, se sienten “en libertad”, a su aire. Y nada mejor que el juego para generar este entorno seguro de crecimiento y experimentación de los propios límites, de descubrimiento y exploración de la realidad.
Este mes de agosto, la influyente Academia Americana de Pediatría ha presentado una declaración política con el título “El poder del juego: un rol pediátrico para mejorar el desarrollo de los más pequeños”. En esta declaración, la Academia recomienda a los pediatras que “receten” a los niños horas de juego libre y espontáneo como medida de prevención de enfermedades mentales tan graves como la depresión infantil y la ansiedad. El exceso de protección, o sobreprotección, empobrece a los niños, los hace dependientes y les transmite el mensaje que los adultos no acabamos de confiar en ellos, que no los vemos del todo capaces… o, al contrario, les vuelve inquietos, ansiosos, provocadores… con necesidad de huir de la “jaula de oro” donde les retenemos… Encontraréis más información sobre la declaración y sobre el estudio que la sustenta en el artículo Let Kids Play, recientemente publicado en el New York Times.
Dejar jugar a los niños en libertad mientras nosotros nos situamos lo bastante lejos para que se sientan autónomos y libres y lo bastante cerca para poderles acompañar cuando nos necesiten, es vital e imprescindible para que se desarrollen física y emocionalmente. Los adultos debemos aprender a confiar en ellos y confiar en su capacidad de encontrar soluciones a los retos que se plantean. El juego nos regala este escenario de una forma sencilla y natural para ambas partes.
Cito textualmente unas palabras del profesor de Psicología de la UOC, José Ramón Ubierto, con las que me siento totalmente identificada y que tienen mucho que ver con esta reflexión: “El juego es un instrumento que tiene el niño para interpretar la realidad, para entender cómo funciona la vida y para explicarlo todo, y si se pauta, codifica y vigila mucho, si le decimos qué debe hacer en cada momento, le dejamos sin razones para que después pueda inventar respuestas con sus propios recursos ante las situaciones vitales que se le presenten”. (La Vanguardia, 27 de agosto de 2018, artículo de Mayte Rius)
Si queréis saber más, os recomiendo escuchar la voz de Francesco Tonucci cuando dice: “El verbo jugar sólo se puede conjugar con el verbo dejar”. Lo podéis oír en el minuto 31.15 de esta entrevista.
Ahora, cuando comience de nuevo la escuela, los niños volverán a sus rutinas y a sus responsabilidades y, además de las horas lectivas, seguramente los llenaremos de actividades extraescolares; en algunos casos para mejorar ciertos aspectos formativos, en otros, para probar nuevas actividades en las que pueden desarrollar otras aptitudes, y en mucho también para cubrir unas jornadas de trabajo que los adultos no pueden conciliar con las horas de ocio tal como querrían.
En cualquier caso, cuando llegamos a casa no olvidemos lo largo que ha sido el día, para ellos y para nosotros, y regalémosles ratos de juego, permitámosles jugar libremente también para que crezcan bien sanos y se desarrollen como personas que tienen criterio para tomar decisiones, que sean valientes para afrontar retos y curiosas para aprender cada día más.
Moltes gràcies! Un article molt interessant.
Moltes gràcies!