No sé si ya habéis visto la película Toy Story 4. Yo me la regalé justo al acabar el curso y debo deciros que me encantó. O sea que, si todavía tenéis pendiente verla, yo os diría… ¿no os la perdáis!
Parecería que la idea después de Toy Story 1 (1995), ampliada con Toy Story 2 (1999) y Toy Story 3 (2010), ya no podía dar para mucho más. ¡Pero sí! Pixar vuelve a darnos un baño de humor y ternura, con los juguetes como protagonistas.
No voy a hablaros del impresionante trabajo de cine de animación que es la película y que a mí me ha parecido fascinante. Todo un trabajo técnico y artístico admirable. Pero este no es mi tema y no sé más.
Lo que sí quiero es compartir los pensamientos y emociones que me ha puesto en marcha esta historia. Porque habla de tres conceptos absolutamente relacionados entre sí y apasionantes para mí: emociones, juego y juguetes.
Primero, una breve descripción sin hacer ningún spoiler.
Los entrañables personajes, el sheriff Woody y el astronauta Buzz Lightyear, así como el resto de juguetes ya no pertenecen al querido Andy, sino que pasan a formar parte del repertorio de juguetes de una niña llamada Bonnie. A partir de aquí, Woody debe aceptar que ya no es el juguete preferido de Bonnie, y menos aún el líder del nuevo grupo. Por mucho que sin duda sea el más intrépido a la hora de asegurar que todos los juguetes estén bien y que entre todos se ocupen del bienestar de Bonnie. Una tarea nada fácil, por supuesto.
Para remachar el clavo, aparece un nuevo juguete hecho de materiales reciclados: un tenedor de plástico, un palo de helado, un *escurapipes y un grumo de plastilina. No es nada extraño que, con esta pinta, no encuentre su lugar entre unos preciosos juguetes comprados y que intente suicidarse insistentemente lanzándose al cubo de la basura. Aun así, seré el juguete preferido de Bonnie. Véase este breve tráiler y vais a tener una somera idea.
Podéis imaginar que todo esto genera una gran cantidad de emociones complejas e intensa que, por lo menos a mí, me han conmocionado y, como buenas metáforas, me han conectado con mis luces y mis sombras.
El primer impacto lo tuve en una de las primeras escenas, cuando los padres preparan a Bonnie para su primer día de escuela. ¿Por qué? Pues porque ante la necesidad de Bonnie de llevarse algún juguete a la escuela para sentirse más segura y acompañada, los padres le dejan claro que a la escuela. ¡No se pueden llevar juguetes! ¿Os suena? Parece que esto del juego y la educación es un binomio que cuesta de entender y aceptar, no sólo en nuestro país. Sin duda, es urgente seguir haciendo pedagogía sobre la importancia del aprendizaje lúdico difundiendo los avances neurocientíficos y las buenas prácticas en este campo.
La película nos habla de juguetes efímeros como Forky. Hechos de objetos viejos o inútiles que se convierten en juguete por decisión del niño. O sea que quien convierte un objeto en juguete no es una marca o el magnífico diseño de un fabricante, sino la decisión del niño. Es el niño el que convierte el objeto (tanto si es comprado como inventado) en juguete, fruto de su imaginación y de su deseo de pasárselo bien.
Es conmovedor como Forky se considera basura y no hay manera de levantarle la autoestima (por mucho que para Bonnie sea el más valioso), cuando él se comprara con el resto de los juguetes “perfectos”.
No obstante, el resto de juguetes tienen claro cuál es su objetivo, sobre todo Woody, que ha sido un juguete muy querido. Para él, el objetivo principal de un juguete es asegurar el bienestar y el disfrute del niño. Por esto se autoimpone la misión, y convence al resto de juguetes de conjurarse para salvar a Forky de todos sus intentos de acabar en la basura.
Toy Story 4 también nos habla de juguetes abandonados, perdidos y olvidados. ¿Qué siente un juguetes cuando ya no es querido por el niño y queda abandonado u olvidado? ¿Y cuándo se pierde? Siguiendo con esta idea, la película también habla de “perderse como juguete”. Como cuando Woody, queriendo seguir con su proyecto vital de asegurar el disfrute de Bonnie, acaba confundiéndose y poniéndose él y la propia Bonnie, en peligro. Es aquí donde aparece Bo Peep, aquella pastora de porcelana de sombrero rosa, toda acaramelada y que hace años que fue olvidada (aparece en la primera película). Ahora vive en un parque infantil, con una tribu de juguetes vagabundos, todos al margen de la ley. Es ella quien le muestra cómo, en cada momento, y sin renunciar al proyecto personal, pueden encontrarse nuevos caminos para mantenerse fiel a la propia misión vital. Porque está claro que un juguete sin niño (más o menos pequeño) tampoco es un juguete.
Sin duda, todo un incentivo para los niños para que cuiden y quieran a sus juguetes y sepan darles una nueva vida cuando ya no los necesiten, como se promueve en la campaña “Comparte y recicla”. Podéis ver un resumen de esta en este video.
Como veis, la película da para muchas reflexiones y aprendizajes. Voy a citaros dos más:
Uno, protagonizado por Gaby, una muñeca sin niño. La pobre Gaby nació con una malformación (su mecanismo para hablar está averiado) y nadie la quiso. Después de muchas peripecias y estrategias poco aceptables, aprende a conseguir lo que quiere, haciendo que los demás empaticen con ella y sabiendo pedirlo.
El otro, protagonizado por un motorista canadiense que vence su miedo, fruto de un fracaso y se empodera con mucho esfuerzo. Su fracaso fue no cumplir con las expectativas que, fruto de la publicidad, se crearon en el niño a quién lo regalaron. ¿Cuántos juguetes conocemos que no han sido capaces de ofrecer lo que la misma caja aseguraba que harían? Juguetes abandonados al primer juego.
Y, para terminar, no olvidéis que, para un niño, los juguetes inventados, imaginados y recreados por él mismo, son fuente de juego desde el mismo omento en que los imagina, y se las ingenia para hacérselos suyos. Porque un objeto se convierte en juguete cuando el niño se apropia de él y así lo decide. Tanto si es un tenedor de plástico con un grumo de plastilina como una muñeca con todos sus accesorios.
¡Hala, a jugar y querer a los juguetes… que por lo que parece, tienen vida propia!
PD.
Esta película también nos lleva a reflexionar sobre la cantidad de juguetes “Forky” que se están comercializando, de manera que se tergiversa la esencia del mensaje: no es preciso que te hagas tu juguete… ¡ya te lo fabrico yo!