Los derechos del niño al juego: tramas para la inclusión

Abro el correo electrónico y veo este mensaje que traspasa el Atlántico:

«Escucharte fue entrar en el mundo de tu infancia pero al mismo tiempo de los recuerdos de las infancias de cada uno. Fue emotivo, llegó al alma y muy enriquecedor en cuanto a conocer cosas que no se sabían. ¡Gracias, mil gracias! (…)»

Con el título Los derechos del niño al juego: tramas para la inclusión, se celebró en UNICEN, la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, una jornada en el marco de la conmemoración de los 25 años de la revista Espacios en Blanco – NEES y el 60 aniversario de la Declaración de los Derechos del Niño. Un encuentro con el objetivo de focalizar cómo promover y respetar el derecho al juego definido en la Declaración y adoptado más tarde, en el año 1989, en la Convención de los Derechos de la Infancia.

Esta vez, y muy a mi pesar, no pude desplazarme, pero sí que me dieron la oportunidad de participar proporcionándome un espacio donde reflexionar con las personas asistentes sobre eso que también explica el maestro Tonucci de «Dejar jugar», en una conferencia a través de la pantalla. ¡Una maravilla de la tecnología!

En esta conferencia, comencé compartiendo el trabajo realizado por el Observatorio del Juego Infantil, la asociación International Play Association en España y Marinva, la consultora en metodologías lúdicas, hace ya casi 25 años.

Después me centré en el derecho de los niños y niñas a jugar y tomé como base la Observación General núm. 17 de 2013, elaborada por la Comisión de Derechos del niño, en donde se define qué entiende la comisión por juego y cuál es, a su criterio, la situación actual de este derecho en el mundo. Os dejo aquí esa definición, que, a mi modo de ver, nos la deberíamos grabar en el corazón a fuego:

Por juego infantil se entiende todo comportamiento, actividad o proceso iniciado, controlado y estructurado por los propios niños; tiene lugar dondequiera y cuando quiera que se dé la oportunidad.

Las personas que cuidan a los niños pueden contribuir a crear entornos propicios al juego, pero el juego mismo es voluntario, obedece a una motivación intrínseca y es un fin en sí mismo, no un medio para alcanzar un fin.

 

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