Tras superar el primer mes del año, febrero nos saluda con una de las fiestas con más potencial creativo y transgresor tanto para niños, jóvenes como adultos. Personalmente, es una fiesta que me despierta muchos recuerdos tiernos y divertidos y también de nervios al volver a recordar los días previos a la rúa, imaginando, recortando, pegando, cosiendo y preparando artilugios para los disfraces tanto para mis hijas e hijo como para también a mí. Y otro de los motivos por los cuales me gusta es por la conexión que tiene con el juego: pues tanto en la acción de jugar como en la de disfrazarse nos damos la oportunidad de soñar y convertirnos en quienes queramos ser. ¿Este año quiero ser Mary Poppins o Pippi Calzaslargas? O mejor… ¿seré una sandía o la reina de corazones de Alicia para poder ser durante un ratito mala, mala?
Como os decía, disfrazarse tiene muchos beneficios ligados al juego y a la actitud lúdica y, durante la infancia, las escuelas, como espacios que acogen dicha festividad, tienen un papel clave. En este post publicado en La Vanguardia, Aitana Palomar me entrevista, junto a otras profesionales del mundo de la psicología y la pedagogía, y escribe acerca de los beneficios —o no— de disfrazarse en carnaval. Preguntas sobre cómo actuar cuando un niño no quiere disfrazarse o qué aporta el carnaval al desarrollo de los niños, o por qué es importante la transgresión, ayudan a reflexionar sobre esta fiesta tan particular. ¿Quieres saber las respuestas? ¡Adelante!