Y ya hemos llegado al final de este curso escolar tan especial y atípico. Parecía casi imposible, pero sí, la escuela comenzó en septiembre y mayoritariamente ha continuado abierta hasta final de curso. Un curso que han marcado protocolos, distancias, burbujas, semipresencialidad, clases virtuales, mascarillas, hidrogel, confinamientos… Nervios, cansancio mayúsculo y retroceso en muchos avances educativos. Pero también un curso en el que hemos descubierto el patio como un espacio de oportunidades educativas y en el que la escuela se ha abierto a aprovechar parques y plazas, bibliotecas, polideportivos y otros recursos municipales de la ciudad. Hemos aprendido a expresarnos sin tocarnos, a decir más con la mirada y menos con las palabras, a abrazarnos a metro y medio de distancia y, aun así, conseguir sentirnos cerca. A practicar más la empatía, a cuidarnos y valorar más lo que realmente importa.
Los niños y las niñas, aunque con muchos condicionamientos, han salido de casa para volver a la escuela, y esta ha podido volver a ejercer de equilibradora de desigualdades. Y los maestros y maestras por vocación se han reinventado para seguir adelante e, intentar no perder la calidad de la educación.
Ojalá sepamos hacer consciente la vivencia de esta crisis pandémica, tanto la experiencia durante el confinamiento como la de este curso, y exprimir los aprendizajes individuales y colectivos, haciendo alarde de una buena metacognición, para significarlos y que sean el motor del cambio y la transformación que tanto necesita nuestro sistema educativo. Hay cosas que se aprenden en un mar en calma y, otras, en una tormenta. Las que se aprenden en una tormenta suelen ser las más difíciles. Hemos vivido una gran tormenta de la que pueden salir grandes aprendizajes… o no. Siempre podemos negar la experiencia o minimizarla. En nuestras manos está.
Twinkl se ha puesto en contacto conmigo para que participe en su último artículo como parte de la campaña de fin de curso 2020-2021. En él comparto mi reflexión, desde mi faceta de madre, educadora y abuela, sobre lo que ha sido para mí este curso. Un curso en el que la actitud lúdica, de la que tanto hablo en mi blog, ha conmovido mi corazón, cabeza y espíritu. Y me ha hecho todavía más consciente de que la creatividad, el espíritu crítico y la resiliencia son tres componentes básicos del juego de la VIDA. El vínculo y la proximidad afectiva que nos proporciona el juego son clave para proteger la seguridad emocional de nuestros niños y niñas, con o sin pandemias.
Ahora que estamos a las puertas del verano, comparto con vosotros el enlace a la página de BAM y este post de Twinkl donde podréis encontrar una recopilación de diferentes recursos y actividades para terminar el curso y disfrutar del verano con vuestros hijos e hijas.
Enhorabuena a todas las familias y a todas las personas educadoras que se han entregado de forma incondicional al presente de la educación de los niños y las niñas, pensando en su futuro.
Si queréis compartir vuestras reflexiones, ahora que estamos a punto de cerrar el curso, podéis hacerlo aquí, o directamente citándome en Twitter (@immamarin), y así seguimos la conversación.