Sigo escuchando debates ardientes sobre la oportunidad de proponer o no a los niños y las niñas juegos competitivos. La palabra competir sigue teniendo una gran carga negativa, y hablamos de ser competentes pero no competitivos, de la competición sana vs. otra que será no sana, digo yo. Y sigo recomendando la lectura de Juegos colectivos para la primera enseñanza, de Constance Kammi, especialmente el capítulo que hace referencia a los beneficios de los juegos competitivos a partir de ciertas edades y en un contexto determinado.
Sin embargo, con el corazón en la mano, pienso que estos son debates, hoy, casi llegando al primer cuarto del siglo xxi, intrascendentes, obsoletos, malogrados… No nos engañemos: ni la escuela, ni las actividades de ocio o todo el universo de la educación 360 (televisión y videojuegos incluidos), ni el escaso mercado laboral son los únicos responsables de incentivar la competitividad entre los más pequeños. Me temo que es todo mucho más perverso y nocivo. Me hizo reflexionar sobre ello Anna Ramis (autora del libro De 0 a 3, ¿nada de pantallas?), con quien coincidí en una entrevista en Catalunya Ràdio. En la conversación, soltó: “Es que las criaturas se ven obligadas a competir con los smartphones de sus padres desde el mismo día de su nacimiento”.
Y, sí, ciertamente. Este es el debate, o, mejor dicho, la perversión. Porque esta es la realidad que se nos ha colado sin hacer ruido, como si fuera lo más normal del mundo. Y, así, los vemos obligados a competir, no por ser los primeros en nada, o para ganar más puntos que nadie: los niños y las niñas compiten por conseguir el interés de sus padres y madres. Compiten con los omnipresentes smartphones, que les han robado la mirada atenta, cómplice y amorosa de sus principales referentes. ¡Madres dando la teta con el móvil en la mano o padres con el biberón y el móvil en la mano! Unos y otros, abuelos incluidos, columpiando los cochecitos para que el bebé se duerma o no moleste, empujando los columpios en los parques sin dejar de mirar la pantalla del móvil, dejando solas a las criaturas en el metro, o en el bus, y solo girando la cabeza para decirles: “¡Para ya!”, “¡No molestes!” o “¡Ahora no puedo!”.
Por no hablar de todos los cachivaches que se nos ocurren para facilitarnos el uso del móvil en el tiempo familiar. Buscando inventos, he encontrado un dispositivo que se coloca en el móvil para apoyar el biberón y facilitar, así, que puedas disfrutar de lo que quieras ver ¡sin tener que preocuparte de sujetar el biberón! ¡Olé para la mente innovadora! Por suerte, no ha triunfado.
No exagero, solo tenemos que mirar a nuestro alrededor y poner consciencia. Estoy segura de que si padres, madres, abuelos y abuelas, tíos y tías nos viéramos en un espejo o con los ojos de nuestras queridas criaturas, nos quedaríamos pasmados.
No exagero, tampoco, si digo que las criaturas se sienten insignificantes cuando su padre o madre prefieren el móvil a su presencia o interacción. De hecho, lo mismo nos ocurre a los adultos cuando, en un encuentro entre amigos, se empiezan a sacar los móviles en la mesa y la conversación se va apagando.
Pero, que los niños y las niñas se sienten insignificantes, además de parecerme obvio, es una afirmación que ya aparecía en un estudio de 2015 que elaboró la empresa AVG Technologies con una encuesta a más de 6.000 niños y niñas de entre 8 y 13 años de Brasil, Australia, Canadá, Francia, Reino Unido, Alemania, República Checa y Estados Unidos. Concretamente, el 32 por ciento de las personas encuestadas ya hacían entonces esa afirmación. La encuesta también nos dice que los niños y las niñas sienten que deben competir con estas tecnologías para conseguir la atención de sus padres y madres.
¿Podemos imaginarnos la inseguridad que crea tener que competir por el cariño de una persona que te da señales de querer más a un aparato que a ti? ¿Podemos imaginarnos los efectos sobre la autoestima de las criaturas cuando el amor incondicional se pone en entredicho?
Ciertamente, cuando los smartphones invaden el tiempo de dedicación a nuestros hijos o nietos, estamos hablando de signos alarmantes de adicción por parte de los adultos o de una inmensa soledad interior que intentamos llenar desconectando del presente real para conectarnos a una imaginaria red socializadora que, a su vez, deja solos a nuestros niños y niñas. Está claro que la sociedad que hemos creado nos lo pone muy difícil: los constantes inputs que recibimos nos alejan de nosotros mismos y nos arrastran a una espiral de consumo e insatisfacción de la que no es fácil quedarse al margen. Pero también es cierto que cada uno de nosotros, individualmente, podemos decidir en nuestra esfera. Seguramente no podemos cambiar grandes cosas (o sí), pero hay decisiones que podemos tomar, como cuándo conectamos o desconectamos el móvil. Eso sí, hay que poner conciencia.
Me contaban en una escuela que, ante el reto de crear un aparato para mejorar la vida cotidiana, un aula de 2.º de primaria había escogido como mejor invento una caja con cierre para que los padres y las madres dejaran el móvil al llegar a casa. Nos lo podrían decir más alto, ¡pero no más claro! ¿Qué os parece?
Sí, lo habéis notado: hoy escribo enfadada. Hace días que estas imágenes me persiguen, en los parques, en las calles, en el transporte público y, claro, miro y me callo, y el corazón se me llena de tristeza y enfado, que debo aprender a convertir en acción. En acción lúdica, estimulante y transformadora. Pero no sufráis. ¡Lo conseguiré!
De momento, comparto con vosotros dos pequeñas ideas para ayudarnos a poner más conciencia y disfrutar más de nuestras criaturas:
- ¿Qué os parece, esto de la caja “cierramóviles” en el recibidor de casa, donde todos (padres, madres, abuelos, abuelas, hermanos y hermanas adolescentes…) dejemos el móvil al entrar en casa. ¿Nos atrevemos?
- ¿Y si, al llegar al parque, ponemos el móvil en modo avión y nos regalamos un rato de juego con nuestros hijos e hijas?
Aquí os las dejo, para que, si queréis, reflexionéis. Y, si os decidís a ponerlas en práctica, ¡me encantará saber cómo os va! ¡Espero vuestros comentarios, experiencias y propuestas!
Hola Imma,
Soy Jacquelin, realmente me a parecido un honor conocer su trabajo, siempre me decanté por el juego como una alternativa en el proceso de enseñanza aprendizaje, y saber que existe alguien realmente especializada en el tema, me genera mucha curiosidad y motivación para seguir indagando en el tema. Soy licenciada en actuación teatral, el juego me a perseguido durante 6 años en mi carrera, pero siempre la he direccionado en cuanto a la enseñanza, ahora me encuentro investigando sobre el impacto de los juegos en los niños con discapacidad motriz, y me gustaría saber, si de pronto podría darme a conocer algún referente, de ante mano le estaría muy agradecida.
SALUDOS DESDE ECUADOR.
Hola Jacqueline, encantada de conocerte y de saber que mi trabajo te haya resultado inspirador.
Si quieres adentrarte en el mundo del juego y la discapacidad motriz te recomiendo dos lecturas. Seguro que hay muchas más. No es un tema que haya tratado en profundidad pero te remito a una organización de investigación que han realizado un trabajo importante de difusión.
Puedes conocerlos a través de esta Guía https://www.guiaaiju.com/juego-y-discapacidad/
También te puede ser útil conocer el trabajo realizado para dar pautas de diseño para juguetes inclusivos. Lo encontrarás AQUÍ.
Un abrazo, y adelante con tu propósito. ¡¡Todos los niños y niñas necesitan jugar!!
Imma, que gusto poder mantener esta conversación por este medio, realmente me es muy grato ver su respuesta y poder visibilizar todo el material que ha puesto a nuestra disposición. Sobre todo la amplia entrevista que se encuentra colgada en internet en «Aprendemos Juntos», la visto algunas veces entendiendo cada una de las definiciones y propuestas. Gracias por aquello y por su respuesta que me ha sido como un referente en mi investigación.
Un abrazo fuerte.