Día del Juego 2022: salgamos a jugar a la calle

Esto es lo que proponemos este año desde IPA (Jugar es un derecho) para celebrar el Día Internacional del Juego 2022. Y lo hacemos con un aire festivo y reivindicativo a la vez.

Salir a jugar a la calle parece cada vez una misión más épica. Lo fue durante la pandemia, cuando se nos aisló en casa, y los únicos con permiso para salir a pasear eran los perros. (No olvidemos que nuestro país fue uno de los más restrictivos para con los niños en este sentido.) También lo es porque las calles se han vuelto peligrosas por la contaminación, los atropellos de coches, motos, bicis y patinetes y el miedo a que alguien haga daño a nuestras criaturas.

Durante el III Congreso de Juegos en la Historia (que se celebró en marzo en Vic y en el que participaron personas estudiosas y aficionadas a varios juegos populares y tradicionales, así como juegos de mesa modernos) se constató, además, la dificultad de encontrarse u organizar actividades de juego en la calle. Parece que hay que pedir un permiso municipal para todo, que, además, por supuesto, lleva su tiempo de tramitación. Por no hablar de los incombustibles carteles de “prohibido jugar a la pelota”, que todavía encontramos en muchísimos pueblos y ciudades.

La verdad es que yo personalmente no era consciente de esta dificultad, pero, durante los tres días del congreso, varios colectivos expusieron esta “burocratización” de las actividades de juego en la calle como una de las dificultades a la hora de dejar fluir el juego en su sitio natural: los espacios públicos.

Parece que los no-lugares de Augé, de los que nos habló Carlos Suari, antropólogo en la URV, van ocupando las ciudades y, con ellos, el juego fuera del hogar es cada vez más extraordinario.

¿Qué ha sido del espacio público como espacio de socialización y de juego? ¡Qué obsesión por regularlo y controlarlo todo! Así, pues, parece que, en la calle, ¿no podemos jugar a la pelota, ni organizar un juego de rol en vivo o montar un encuentro para lanzar peonzas? ¿Hay que pedir permiso? Pero, ¿qué es esto?

Menos mal que de vez en cuando vemos (principalmente) a chicas haciendo coreografías en la calle ante algún escaparate a modo de espejo, luchas espontáneas de globos de agua en alguna plaza y personas que se arriesgan a organizar encuentros de juego sin permiso. “¡Qué pandilla de insurgentes!”.

Ciertamente, también vemos ciudades que están buscando formas de abrirse al juego, como demuestra el Plan de Juego de la Ciudad de Barcelona, o la Ciudad Playful de Esplugues u otras muchas que han empezado a cerrar calles para jugar durante el fin de semana. Por algo se empieza, pero ¿nos conformamos con tener cerradas las calles de algunas ciudades para jugar solamente los sábados y los domingos?

En la Observación general n.º 17 (2013) sobre el derecho del niño al juego (artículo 31), el Comité de los Derechos de la Infancia nos dice: “Por juego infantil se entiende todo comportamiento, actividad o proceso iniciado, controlado y estructurado por los propios niños; tiene lugar dondequiera y cuando quiera que se dé la oportunidad. […]”. ¿Podemos privar a los niños y niñas, y privarnos, como sociedad, de las oportunidades que nos ofrece el espacio público al aire libre?

Por eso este año queremos animar a las familias, las entidades de ocio, las escuelas y las personas trabajadoras (sea cual sea el ramo de su empresa), a que el 28 de mayo (o los días alrededor del 28 de mayo) salgan a jugar a la calle, al patio o al parque. Pedimos a los ayuntamientos que abran más calles al juego y que promuevan el juego en familia y entre amigos en todos sus espacios de ocio, cultura y trabajo.

Y lo hacemos porque los juegos son una herencia de nuestro pueblo, que, porque había aprendido a jugar comunitariamente, fue capaz de crear bellas y extraordinarias formas de cultura. Hay un principio de placer en los actos más bellos de la vida de las personas. Y se trata, justamente, de rescatar ese principio que ha movido desde siempre todo lo que el ser humano ha hecho de bueno. Rescatar este principio y devolverlo a los niños de nuestro tiempo es (¿quién podría dudarlo?) un problema pedagógico.

Acababa el post anterior diciendo que el alma del juego es revolucionaria porque nos convierte en personas libres y apasionadas, pero, sobre todo, porque nos convierte en personas capaces de lanzarnos a conquistas épicas como la de transformar el mundo, sin esperar más a cambio que el placer de intentarlo. Esto lo tienen muy bien aprendido en el colectivo de Revolución Basada en Juego y, como dicen, “la revolución será lúdica o no será”.

¿Revolucionamos el Día del Juego saliendo a la calle a jugar?

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