La imaginación en juego

Este es el título de la exposición que tuvo lugar el pasado mes de junio en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid con motivo de la celebración de la 6th Philosophy at Play Conference. Podéis saber más a través de su comunicación en X que también os comparto aquí.  En esta sexta conferencia, los asistentes tuvieron la oportunidad de reflexionar y debatir, desde un enfoque postcolonial, las teorías del juego, a través de una mirada filosófica. Profundizando en las relaciones de poder, opresión y marginalización que los distintos imperios continuaron y, en muchas ocasiones, continúan ejerciendo sobre sus antiguas colonias, más allá incluso de los peligros de la apropiación y explotación cultural. 

Y no, no os puedo explicar más de lo que ponen en su web porque no pude asistir. Me lo perdí. Pero justamente hace unos días ha llegado a mis manos, por gentileza de Gonzalo Jover, decano de la Facultad de Educación de la UCM, el catálogo de la exposición “La imaginación en juego” que acompañó la conferencia, y me han venido muchas ganas de escribir algunas de las ideas, reflexiones e inquietudes que el texto del catálogo me ha suscitado.

Comienzo por felicitar a sus tres comisarias: Laura Camas Garrido, Silvia Martínez Cano y Silvia Sánchez Serrano, todas ellas del grupo de investigación Cultura Cívica y Políticas Educativas de la UCM. Y especialmente a Laura, con quien coincidí en Irún en unas conferencias en ocasión del Día Internacional del Juego y a la que no he dejado de seguir desde aquel día.

El catálogo abre su reflexión con un texto precioso de Walter Benjamin, escrito en su publicación Historia cultural del juguete de 1928, que yo ya había leído, subrayado y totalmente olvidado. ¡Qué malas jugadas nos hace la memoria…! Suerte que suelen aparecer cartas reparadoras, como un texto en un catálogo, para que todas esas  reflexiones, olvidadas en los pasillos de nuestro cerebro, se activen de nuevo. Gracias, Laura y Silvia’s, y gracias, W. Benjamin, por aparecer de nuevo. El texto dice así:

Puede ser que hoy ya estemos en condiciones de superar el error fundamental de considerar la carga imaginativa de los juguetes como determinante del juego del niño; en realidad sucede más bien al revés. Si el niño quiere arrastrar algo, se convierte en caballo; si quiere esconderse se hace ladrón o gendarme. Conocemos algunos juguetes antiquísimos que prescinden de toda máscara imaginativa (es posible que, en su tiempo, hayan sido objetos de culto): la pelota, el arco, el molinete de plumas, el barrilete, son todos objetos genuinos, “tanto más genuinos cuanto menos le significan para el adulto”. Porque cuanto más atractivos, en el sentido común de la palabra, son los juguetes, tanto menos “útiles” son para jugar; cuanto más ilimitada se manifiesta en ellos la imitación, tanto más se alejan del juego real, vivido. […] La imitación –así podríamos formularlo– es propia del juego, no del juguete (Benjamin, 2015b, p. 22).

Y cuántas veces se nos olvida eso de que la imaginación es propia del juego y no del juguete. Ciertamente, los juguetes deben posibilitar el inicio del juego, pero no determinarlo. Sin embargo, el juguete cada vez se presenta más como un sucedáneo de la realidad. Ya no solo los juguetes imitan a los personajes de la última serie de éxito en las pantallas, y se focalizan en licencias, sino que las mismas jugueteras crean sus propias series para introducir sus propuestas en el imaginario infantil. Y lo hacen marcas tan populares y exitosas como Lego con su LEGO DREAMZzz, por ejemplo. Pero por supuesto no es la única. Y yo me pregunto: ¿Hace falta conducir así la imaginación de los niños y las niñas para seguir vendiendo? ¿Seguro? Que la industria juguetera crezca a base de licencias y más licencias, ¿no es la salida más fácil y menos crítica y autocrítica? ¿Hay alternativa?

Cuando un juguete representa un personaje del cual conocemos su historia, ya no sólo porque nos la expliquen como en un cuento (en el que podemos imaginarlo escuchado a nuestra manera), sino porque lo vemos, una y otra vez, en las pantallas que tenemos, de manera omnipresente delante de nuestros ojos: vemos cómo viste, cómo habla, cómo reacciona, qué le gusta y qué no… y los niños imitan e imitan hasta la saciedad. No juegan a inventar el mundo, sino a reproducir el mundo que les mostramos para ellos.

Entiendo que no es fácil salir de ese círculo; los pequeños piden lo que ven en las pantallas, a las familias nos cuesta poner los límites, y los fabricantes fabrican lo que piden los niños. Y arriesgar en una industria castigada como es la juguetera es, sin duda, complejo. Pero intentarlo, vale la pena, y eso hacen muchas industrias (como LEGO), con una mano licencian y con otra arriesgan, o como otras, quizás más pequeñas, pero atrevidas y exitosas, como las muñecas de Paola Reina o los sencillos Nins de la marca Grapats…, por poner algunos de los cientos de ejemplos.

En el catálogo se nos recuerda una de las tesis de Klein, para quien los juegos y juguetes son una oportunidad para que los niños y las niñas expresen y comuniquen su yo. Entonces me pregunto, ¿cómo van a poder hacerlo con “tantos” objetos que les llegan “tan” estereotipados de origen?  

Ciertamente, los juegos y juguetes comercializados siempre se han esforzado en ofrecer pequeñas miniaturas del mundo adulto: cocinitas, muñecas, disfraces, vehículos, animales… Los museos de juguetes nos muestran hasta qué punto cada generación y cada cultura ha puesto, ¡hemos puesto!, en los juguetes los últimos avances tecnológicos de nuestra sociedad y nuestros valores y tradiciones culturales. Y así hemos ido creciendo en calidad de los detalles y en cantidad de juguetes. Pero también en la globalización del imaginario colectivo. La poderosa imagen que, en la infancia y en exceso, se come a la imaginación.

Por eso los juguetes abiertos, muñecas y muñecos sin nombre y sin historia, dispuestos a ser adoptados para que alguien cree su historia, juguetes desestructurados en donde un aro o un cuenco o un personaje puede ser mil cosas, o la naturaleza como espacio y objeto de juego, chispas capaces de hacer volar la imaginación infantil.

Y acabo con una anécdota familiar… De todos los juguetes que este año sus Majestades los Magos de Oriente dejaron en mi casa para mis nietas, uno de los que está dando más juego es una colchoneta plegable que a veces es una colchoneta, pero que también es un biombo, un tobogán, un techo, un escondite, una tienda de campaña, y seguro que me olvido de algún otro uso… Nadie hubiera dicho que un “no juguete” pudiera dar ¡tanto juego!

Eso sí, ¡JUGAD!

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